Nuestra necesidad de conectar

Cada día nos encontramos viviendo un mundo diferente, percibimos que estamos en un mundo separado, no acorde con lo que pensamos que “debería” suceder. Uno de los aspectos que más llama la atención es que no creemos que otras personas podrían estar sufriendo como nosotros.
Cuando estamos solos en nuestra habitación, pensamos a veces que somos la excepción al resto del mundo, nos lamentamos por el pasado o añoramos el futuro para justificar que tenemos que estar tristes, ser infelices o sufrir. Si observamos en detalle estos sentimientos de que somos excepcionales, a veces incluso que somos inaceptables u horribles en comparación con los demás, vemos que pueden volverse en nuestra contra y llevarnos a pensamientos suicidas.
Para que sucedan los “deberían”, ese mundo nuevo, ese mundo mejor, tenemos que observar el poder de nuestros pensamientos y cómo influyen en lo que realmente realizamos. Cogito ergo sum de Descartes, el famoso filósofo que aseveraba “pienso y luego existo” nos lleva a concientizar la importancia de estar en el momento presente y unidos al resto.

Comprender el sentido de la separación para lograr comprender el sentido de la unidad

Pero como este planteamiento puede ser un poco teórico para algunos, continuamos viviendo abstraídos de la realidad, empezamos a huir de otras personas, las reuniones se vuelven imposibles, porque nos aterrorizamos preventivamente de la supuesta invulnerabilidad y el juicio de aquellos con quienes podríamos encontrarnos. Es posible que no podamos hacer una pequeña charla o concentrarnos en lo que otra persona está diciendo cuando nuestras cabezas están llenas de escenarios catastróficos y en casos muy desfavolrables una voz intrusiva podría decirnos que debemos morir. No pareciera haber una forma viable de compartir con viejos amigos lo que hemos estado pasando: nos conocían como conversadores y optimistas. ¿Qué harían con los personajes torturados en los que nos hemos convertido? Comenzamos a asumir que nadie en el mundo podría saber, y mucho menos aceptar, lo que es ser nosotros.

Hace falta entender que si soy el creador de una realidad en mi vida es porque tengo el poder de cambiar esa realidad. Si nos aislamos es especialmente trágico porque la base central para permanecer sanos es precisamente la compañía. En estos momentos lo que más se necesita para mejorar es rodearse de gente.

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Ilusión de la separación

Cuando vivimos en la separación, podemos creer que solo existimos en el abandono, nos sentimos individuales, nos sentimos muchas veces tristes, agobiados, alejados del mundo, no apoyados, no cobijados.

En 1891, el artista suizo Ferdinand Hodler exhibió: “Las almas decepcionadas”. La influencia del simbolismo francés en la vida del artista hace representar cinco figuras en diversos estados mentales. No sabemos muy bien qué ha ido mal en sus vidas, pero podemos pensar que están pasando una serie de pensamientos tortuosos que los lastiman: un matrimonio aquí, una desgracia social allá, una depresión, un sentimiento de ansiedad abrumadora… El verdadero horror de la pintura surge de la forma en que cada crisis se desarrolla en completo aislamiento de sus vecinas. Las siluetas desconsoladas están a solo unos milímetros de distancia entre sí, pero bien podrían estar en otros países. Debería ser muy fácil acercarse, compartir la carga, dar una mano reconfortante, intercambiar historias, y sería muy vivificante. Pero en la expresión del artista, ningún compañerismo parece posible y pretendía que su trabajo fuera una alegoría de la sociedad moderna en su conjunto. En la obra, la tristeza ha envuelto a cada víctima en un sentido despiadado de su propia singularidad con su ausencia de comunidad, ciudades solitarias y sus tecnologías alienantes.

Ferdinand Hodler. Las almas decepcionadas, 1891

Ferdinand Hodler. Las almas decepcionadas, 1891

Pero en esta misma descripción reside la posibilidad de librarse de esa actitud penosa. Empezaremos a curarnos cuando nos demos cuenta de que, no somos esos pensamientos o esas emociones y de hecho, somos muy parecidos a otros. Por lo tanto, deberíamos poder acercarnos a un vecino igualmente quebrantado y lamentarnos al unísono. Idealmente, podríamos aprender a compartir con otras personas para que nuestras vidas crecieran entrelazadas con las de ellos y pudiéramos intercambiar apoyo mutuo. Sabríamos quién estaba en especial dificultad, quién necesitaba ternura y quién podría beneficiarse de una charla que suena normal sobre el jardín o el clima. No es posible que estemos tan solos como nos sentimos actualmente. La biología no produce excepciones completas. Hay criaturas semejantes entre los siete mil millones de nuestra especie. Están allí, pero hemos perdido toda confianza en nuestro derecho a encontrarlos. Deberíamos atrevernos a creer que hay un compañero en el que podemos reconocernos, aceptar sus pensamientos y los nuestros y tener la certeza de confiar que aunque parezca que estemos solos, estamos sujetos a un manto infinito.

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